"La curiosa historia detrás de los ojos inesperados: ¿Cómo sucedió y qué significa?"

Cuando llegué a vivir a Capilla del Monte, tenía 27 años, y era muy “muggle”. Si bien nunca fui muy “normal”, en el sentido de que poco me interesé en las cosas que se interesa la gente común, aún era mi mente la que decidía por mí. 

Recuerdo mientras estaba en la escuela secundaria, yo no entendía porqué me burlaban cuando decían que mi ropa no combinaba. A mi me importaba sentirme cómodo y no, estar a la moda. 

Las decisiones que yo tomaba jamás eran las que tomaba la mayoría de la gente. Y si tomaba una decisión igual a la mayoría, lo más probable era que estuviese aún dudando de mí mismo -cuando era niño, más allá de la edad que tuviese, a veces me ganaba la inseguridad personal- pero, seguramente algo en mí (no mi mente, claro) me decía que tome otro camino, y no el que por absurda identificación estaba tomando.  

Aún en esa condición, ya tenía cierta apertura. Podía concebir que hubiese una realidad diferente a lo conocido, establecido; aunque en aquel entonces no tenía noción de qué podría ser o significar esa diferencia. 

El viaje que, aunque interior aún muy rudimentario, por el cual había logrado decidir irme de la gran Buenos Aires a vivir a un pueblo, había comenzado al recibir a préstamo un libro que hablaba de Las Profesías Mayas. Siempre me gustaron los misterios, pero ahora me animaba a concebir la idea de que podría existir para mí una realidad que era diferente a lo normal. Una vida que incluyera la magia. No lo podía explicar, pero algo en mí insistía en que fuese por un camino diferente. 

Entonces comenzaban ese tipo de decisiones que no sólo no eran comunes, sino que encima no podría explicar lógicamente, más allá de que lo intentaba por todas las vías, así como queriendo justificar por qué hacía lo que hacía con y en mi vida (me tomó muy poco esfuerzo tomar las decisiones que yo quería, y me tomó mucho tiempo y dedicación  comprender y lograr mantener el hecho de no dar explicaciones al respecto de las decisiones que tomaba).

Pero aún con 27 años y habiendo tomado una de las decisiones más difíciles e importantes de mi vida, seguía siendo un niño adolecente, lejos de la adultez. 

Entiendo que el estado de niño, adolecente o adulto nada tiene que ver con la edad. Que en nuestra cultura cumplas 18 o 21 años y entonces te digan que eres adulto es tan ridículo como pensar que en la sociedad todos somos iguales por lo tanto debemos ir a la escuela y aprender todos lo mismo. Ah, cierto, el mundo aún en su mayoría es ridículo. 

Hay un libro de Mark Manson que lo explica muy bien, y aquí te lo detallo brevemente: 

Un niño genera su sistema de valores de acuerdo a lo que “es bueno o es malo”, (por ejemplo: ésto duele, ésto no duele). Entonces sus acciones comienzan a ser de acuerdo a ese sistema de valores muy simple.  

Un adolescente ya ha logrado un sistema de valores más complejo y sus acciones son ahora transaccionales: si me comporto de esta manera, entonces no me rechazarán. Si me pongo el pelo de este color, entonces seré cool y me aceptarán en ese grupo. Si hago tal cosa me pagarán, y mejor no hago tal otra porque iré preso (así es, en nuestra sociedad está lleno de adolescentes de todas las edades).

El adulto es quien ya ha atravesado esas dos etapas anteriores y entonces toma sus decisiones de acuerdo a lo que es correcto (según su propio sistema de valores), más allá de las consecuencias. Ya no es transaccional. Si una acción es correcta y puede derivar en una consecuencia que no es la que más le agrade, igual hace esa acción, porque es lo correcto (por favor, si tu mente entiende como “correcto” algo que tiene que ver con por ejemplo, lo que una religión dogmática te dice que se debe o no se debe, mi consejo es que salgas del estado de niño y luego sigas leyendo 🙂)

Mis decisiones en esa etapa de mi vida aún eran, sobre todo, transaccionales. Aún no había decidido mi sistema de valores, porque ni siquiera era consciente de lo que valoraba. 

Y en medio de toda esa confusión mental daba por hecho que sabía lo que estaba valorando ( por darlo por hecho no lo cuestionaba) y en realidad decidía según un sistema de valores del cual en gran medida aún yo era inconsciente. 

Mientras accionaba de acuerdo a lo que mi mente suponía que recibiría a cambio (adolescencia). Y ya con una pequeña apertura mental como para concebir, al fin, que era posible una realidad diferente muchísimo mejor que lo normal, conocido y establecido, entonces llegué a Capilla del Monte en las sierras de Córdoba, Argentina. 

A los pocos meses de estar ahí, conocí a Victoria, mi actual pareja y con quien tenemos dos hijos maravillosos.

Solíamos ir al río a tomar mates, y todo paseo que incluyera mucha naturaleza era (y es) bienvenido. 

Un día ella me dijo que jamás había ido en carpa a algún lado (carpa en argentina es tienda de campaña en muchos otros países!). ¡Yo no podía creer que alguien jamás hubiese dormido en una carpa!, así que la invité a un lugar muy especial…

Un lugar que había conocido semanas antes, estando con mi mejor amigo de esa época, con quien nos metíamos por todo rincón de monte que encontrábamos. Yendo camino a “La Toma”, encontramos una bajada de agua (surco que se forma con el bajar del agua al llover) que se metía hacia arriba en un pre cerro del famoso Cerro Uritorco. 

Subimos por ahí, para luego conectar con un sendero y al cabo de una hora aproximadamente, llegamos a un lugar realmente increíble y muy desconocido incluso para los lugareños.

Ya casi en la cima del cerro, había un árbol (el único en el lugar), que gracias a su copa  simulaba un techo y daba una sombra perfecta para acampar justo debajo. Armamos el fogón, y a pocos metros hacia arriba estaba la parte más alta, en la que al estar allí podíamos apreciar muy de cerca, del hermoso, imponente y místico cerro Uritorco. 

Apenas llegué a ese lugar por primera vez supe que volvería muchas veces más. 

Entonces le pregunté a Victoria si iría conmigo a pasar una noche allí. 

Mi entusiasmo era enorme ya que se jugaban muchos sentimientos y emociones. 

1- Era compartir con ella algo que yo realmente disfrutaba muchísimo: Dormir en medio de la naturaleza era (y es) para mí una emoción inmensa. 

2- También el hecho de que hasta ese momento había ido solo una vez con mi amigo y tenía cierto cosquilleo de “¿y si no encuentro el camino?”. 

3- Y como si fuera poco, hacía pocos meses que salíamos y era de las primeras veces (maravillosas y llenas de nerviosismo) que haríamos el amor. 

Así que armamos mochilas y ¡¡salimos los 4 de aventura!! Éramos Victoria, yo, "torrenta" y "la negra" (las dos perras que tenía en ese momento, claro). En el camino charlamos muchísimo y nos conocimos aún más en un ambiente en el que yo tenía más experiencia que ella (en lo que se llama ignorantemente “en el medio de la nada”, que en realidad es en medio de todo lo que tiene vida, o sea, naturaleza). 

No por menos experiencia había en ella menos conexión. Ella aún mantenía (y mantiene) esa sana inocencia que es tan difícil de encontrar en quienes no son niños (de edad). Inocencia en conciencia que posibilita la presencia (en el aquí y ahora), la conexión con el todo, estés donde estés.

Camino hacia la cima, Vicky me confesó una experiencia que había tenido, algo que a mi mente con cierta apertura, le hizo un estallido maravilloso, y que algún día seguramente te contaré. 

Llegamos al árbol bajo el cual armamos la tienda de campaña. Su mirada emanaba felicidad. Teníamos (y tenemos) muchísimos puntos de conexión entre nosotros. Y el amor por la naturaleza es siempre, sin duda, uno de los más fuertes. 

Jamás habíamos visto tantos colibríes juntos como en la copa de ese árbol bajo el cual acampamos. 

Llevábamos algunas papas, batatas y cebollas para hacer a las brasas. Agua para nosotros y las perras. Y alimento para ellas también, claro. 

Y luego de instalarnos allí, subimos juntos esos 30 metros hasta la cima. Una vez allí el silencio y la contemplación se generaban sin esfuerzo alguno. Era una vista imponente. Un lugar realmente mágico. Lugar que sin dudas disfrutaríamos también cuando estuviese ya oscuro, de noche, al contemplar las estrellas (y otros fenómenos que suelen ocurrir con frecuencia en lugares como ese). 

Cuando uno está arriba de todo, de día, puede ver claramente como el terreno baja abruptamente tanto atrás, por donde subimos, como delante (tipo acantilado), y a los costados es también muy empinado. De modo que si estando ahí, te alejases no más de 15 metros de distancia hacia cualquiera de los lados, estarías como mínimo entre 8 y 10 metros de altura más abajo. 

Armamos el fuego, comimos mientras aún había algo de luz natural. Cuando terminamos de comer agarramos el termo, el mate y los buzos para ir a la cima a ver las estrellas, y contemplar una noche totalmente despejada, muy fresca por el viento que hay a esas alturas. 

Y comenzó el momento que jamás olvidaremos. 

Si te fijas en internet, verás que una de las razones por las cuales el cerro Uritorco es tan famoso, es por una cantidad abrumadora de avistamientos de naves y luces que no tienen explicación lógica desde lo conocido (claro que ésto no es gratuito, porque genera que vaya muchísima gente que aún está perdida en la new age, y como dice “el residente” de calle 13, sobre los turistas que le dañan el paisaje en puerto rico, pues los new age dañan el paisaje espiritual que hay en todo lugar). 

Lo cierto es que luego de haber estado en Capilla del Monte unos 15 años, de los cuales 12 fueron en el campo sin electricidad, con hermosa posibilidad de cielo estrellado en noches totalmente cerradas (sin luna, ni luz eléctrica que contaminen la visión de las estrellas), la cantidad de luces con movimientos de los más extraños y llamativos que he visto es inmensa. 

Y esa noche no fue la excepción, aunque fue una de las primeras veces que experimenté ver luces así. Del tipo de “estrellas” que se mueven de formas inéditas. También luces tipo “foco de auto” en el cielo, que en sus movimientos triangulares y con destellos de intensidad generaban la mayor intriga y misterio que había tenido en mi vida. Y las sensaciones internas al experimentar todo eso eran intensamente hermosas. La vibración era elevada y nos maravillábamos a cada instante. 

Y de pronto sucedió… Las dos perras se levantaron repentinamente ladrando muy fuerte con ese tipo de ladrido que no era a una persona, ni a otro animal (luego de convivir con tus mascotas, si estás presente, si estás ahí a donde estás (y no en tu cabeza), entonces conoces cada ladrido, sonido que hacen). 

Ese comportamiento era diferente a lo que yo conocía de ellas. Así también, era muy notorio cómo había cambiado la energía en el lugar, de pronto era denso, había algo inarmónico que antes no estaba allí. 

Ladraban hacia la izquierda de donde estábamos nosotros y en una noche tan oscura era imposible de ver más allá de dos o tres metros a la redonda. Así que agarré mi pequeña y precaria cámara de fotos digital (en ese tiempo mi teléfono celular no tenía cámara de fotos), y comencé a sacar fotos a ver si aparecía algo. 

Y lo vimos: A la misma altura en la que estábamos nosotros, pero a varios metros de distancia, aparecían en la foto: dos “ojos” grandes, no humanos, totalmente rojos.

A esa altura a la que aparecían, era imposible que hubiese personas o animales, pues como te conté antes, el terreno bajaba muy abruptamente. Luego de varios segundos (y fotos) de pronto las perras se calmaron, y la energía cambió nuevamente hacia la armonía. 

Nunca supimos qué era aquello que apareció e interrumpió nuestro hermoso momento bajo las estrellas y luces maravillosas en un lugar tan mágico. 

Lo cierto es que eso fue exactamente lo que sucedió, y son esas experiencias las que en ese tiempo yo necesitaba para continuar abriendo mi mente hacia una realidad que existe y que va más allá de lo que la mente puede abarcar.

Decidimos que era tiempo de continuar nuestro momento especial en la tienda de campaña. 

**Debido a que esta historia transcurrió en el año 2009, (google photos aún ni existía), lamento no tener  ahora dichas fotos y no poder compartirlas contigo.** 

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