
CUMPLIENDO MI SUEÑO
LA ALEGRÍA DE VIVIR
En otra ocasión te conté sobre cómo conocí a quien sería la llave de entrada a cumplir un sueño que tuve desde muy pequeño.
Conocer, convivir con una cultura indígena era algo que yo deseaba profundamente desde siempre. A veces cuando te preguntan sobre ese deseo o sueño que tienes y quieres experimentar, solo puedes responder con razones lógicas, que jamás lograrían expresar eso con lo que realmente sueñas. La mente no puede abarcar lo que está más allá de ésta.
Si alguien me preguntaba “¿por qué quería convivir con culturas indígenas?” mis respuestas eran del tipo: “amo la naturaleza, y quiero aprender sobre la mejor conexión posible”. Y esa respuesta era verdad, pero abarcaba sólo un aspecto de lo que yo profundamente anhelaba. Si yo hubiese respondido “no sé”, esa respuesta también sería verdad.
Creo que ese tipo de sueños recurrentes, hacia los que decides ir desde tu inocencia en consciencia, son los que realmente venimos a experimentar. Y estando presente, en ese aquí y ahora, entonces obtendrás el aprendizaje por el cual necesitabas cumplir ese sueño.
Nada más diferente a cuando de pronto se te ocurre una idea, o porque viste como alguien más vive o lo que tiene, y entonces lo quieres. De pronto hay un deseo a futuro, que nace de un sentimiento de falta. Crees que eso es lo que realmente quieres por lo que supones qué sentirás al lograrlo. Piensas que estarás mejor que ahora. Al continuar ese camino que marcó tu mente, solo llegarás a la frustración de la que quieres escapar cuando dices ir hacia cumplir tu “sueño”.
Cuando hay algo que aún no has experimentado, lo único que puedes tener sobre esa experiencia son ideas. Y, en mi experiencia, las ideas raramente coinciden con la realidad.
Como te contaba en el artículo anterior, yo no había hecho algo para lograr cumplir mi sueño de convivir con indígenas. Al menos no conscientemente. De pronto me encontré con la llave de acceso.
Lo que te voy a decir es muy profundo y tu mente dudará, tendrá miedo, y hasta lo querrá negar. Pero te lo digo igual porque es mi verdad: El único camino que existe es el del viaje interior. Lo que ves fuera y llamas realidad es solo el reflejo. Entonces, ¿vas a seguir queriendo cambiar el reflejo con acciones, hábitos absurdos, e intentando más y más lograr algo ahí fuera? -Imagínate a alguien enojado y pegándole a un espejo porque no le gusta lo que ve… Ese eres tú cuando te enojas con la vida, tu jefe, tu pareja o tu vecino-. O, ¿es que al fin vas a trabajar internamente lo que debes trabajar, para que entonces tus sueños simplemente “se cumplan por sí mismos”?
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Habíamos llegado al único lugar de la zona en donde tenían lugar para nosotros, y eso era gracias a que habían cerrado por razones de pandemia.
Nos había atendido Mauri, quien cuando hablaba con algún familiar de ella, ya sea alguna de sus hijas, nietos o hermanos, lo hacía en idioma “Bri-Bri” a la velocidad que se habla una lengua materna.

El bri-bri, es el nombre de la tribu y del lenguaje que hablan. Es un idioma “duro”, que visto desde afuera es amigable pero fuerte (algo “parecido” a cuando escuchas a dos italianos hablando fuerte). Por alguna razón hay algunas palabras que al pronunciarlas, lo debes hacer dos veces. Por ejemplo cuando quieren avanzar en el camino y dicen “vamos”, es así: “¡¡Mishka mishka!!”.
Es un idioma de relativamente pocas palabras, y que en nada se parece al español o al inglés. Me gustaba mucho observarlos mientras se comunicaban entre sí, aunque no entendía nada de lo que decían.
Mientras convivíamos en esa finca, colaboré con distintos trabajos de huerta y limpieza. Había una cocina comunitaria, por lo que a veces Victoria o yo cocinábamos para varias personas.
Julián, Tahiel, Victoria y yo tuvimos nuestros momentos mágicos en conexión con animales y plantas del lugar. Cómo lagartijas curiosas que al invitarlas venían sobre nosotros y nos divertíamos mucho con eso. Había gallinas y patos. Por la noche sentíamos el viento y el sonido del aleteo de los murciélagos que volaban dentro de nuestro cuarto.

Si bien en esa situación quizá tu mente te quiere llevar a tener asco y hasta miedo, la realidad es que los cuatro siempre elegimos estar bien. Antes de ir a dormir, nos divertíamos viendo como las lagartijas en el techo de la pieza atrapaban insectos y se los comían. Una vez una lagartija de tamaño mediano, agarró una cucaracha tan grande que aunque no la soltaba, tampoco podía comerla.
Lo que te cuento ¿te da asco?. Recuerda que siempre tienes la única elección posible: ¿Cómo decides sentirte ahora?¿No te gustan las circunstancias? Al aceptarlas, cambias tu percepción, y entonces la circunstancia puede cambiar.
Estábamos en el comienzo de la selva en donde las viviendas tienen aberturas por doquier porque el clima lo requiere. Y si en esa situación no aceptas la naturaleza, entonces tienes un problema en donde podrías tener disfrute.
Lo que a mí me sirve para aceptar una situación que no es de mi agrado es vivirlo como una aventura. Entonces cambió mi percepción y cambió mi energía. Comienzo a ver soluciones en donde veía problemas. De pronto hay desafíos en donde había imposibles. Y ¿qué cambió? Pues aún nada… solo yo.. Entonces cambió todo.
Hubo experiencias muy hermosas. Pasamos dos o tres días completos meditando y disfrutando de charlas profundas entre Victoria y yo, con Mauri o su hija mayor, que nos ayudaban de a ratos a pelar los frijoles “mocuna”, muy ricos en dopamina. Cosechamos frutas como piña, guanábana, starfruit, mangos, manzanas de agua y otros como caña de azúcar, yuca, etc.
Una mañana nos dijo Mauri que harían una comida especial, con dos gallinas del lugar, y entendimos que era para agasajarnos. El momento de matar las gallinas, de alguna manera generaba un clima de unión, respeto y agradecimiento.
Sin juzgar lo que significa para tu mente matar un animal, recorre la historia, el momento, aceptando los hechos.
Entonces Mauri me explicó cómo hacen ellos para carnear los animales. Yo había ya carneado gallinas en Capilla del monte, Córdoba, en el campo en el que vivíamos, pero su método era diferente. Ella estaba segura de que a su manera, los animales no sufrían. Desde mi perspectiva y experiencia, el sufrir o no sufrir de un animal depende más de tu conexión con él que del método que utilices. Pero manteniendo la apertura, siempre puede entrar algo nuevo. Y entonces se me acercó con un cuchillo recién afilado y me dio “el honor”. La verdad es que no me lo esperaba. Y rechazar su ofrecimiento podría ser ofensivo, así que acepté la propuesta.
Lo primero que hice fue explicarles a Julian (en ese momento 5) y a Tahiel (en ese momento 3) lo que estaba por suceder, para que entonces cada uno decida si quería presenciar ese momento. Julian rápidamente decidió irse a otro lado. En cambio Tahiel, con toda seguridad dijo que quería ver. Así que así fue.
Como Mauri y “el negro” explicaron que lo hacían ellos, colgué los animales boca abajo de una soga, y de un solo corte rápido a cada uno, los “desconecté” cortando la yugular y permitiendo que se desangren por completo. Luego las pelé, y entonces fuimos a la cocina a preparar las verduras que completarían el almuerzo.

Te preguntas ¿qué pasó con Tahiel de 3 años al presenciar ese momento? Pues jamás es un hecho el que genera un trauma, es la historia sobre el hecho lo que podría hacerlo. Entonces puedo decirte que Tahiel está muy bien, y si le preguntas sobre ese momento, te dirá que vio sangre y la comida estaba rica.
Hubo algunos acontecimientos en lo cotidiano que me llamaron la atención, y que si me hubiese guiado por mis ideas y lo que había escuchado sobre las comunidades aborígenes, automáticamente hubiese juzgado como contradictorios.
Por ejemplo, en la preparación de esa comida típica Bri Bri, me sorprendió que al finalizar el corte de las verduras, poner los condimentos, la carne ya en trozos, justo cuando podría haber estado lista para poner a cocinar, le agregaron dos sopas de sobre marca “Maggi”. Lo que hizo que sentir el sabor de cada verdura que había en el gigante disco fuera imposible. Pues ahora todo sabía igual.
Y quizá pienses que es un detalle sin importancia. Pero en la sumatoria de algunos acontecimientos encuentras que mucho del conocimiento ancestral pasó a ser saber intelectual porque en gran parte se ha perdido la presencia en quienes dan por hecho que por haber heredado dichos conocimientos entonces “ya está”.
El eterno retorne al presente lo debe hacer cada quien por sí mismo, y a quien no lo hace, pues la mente lo ha tomado. Y ver eso fue en gran parte lo que me “sacudió” respecto de la diferencia que encontré entre las expectativas que yo tenía y lo que la realidad me mostró. Yo pensaba aprender de los indígenas sobre lo que la conexión en la naturaleza y la vida significan, y comprendí que a contrario de como suponía, en ese sentido yo tengo mucho más que ellos para enseñar (mostrar).
Cuando alguien me cuenta sobre los nombres y usos de las plantas, pero su jardín muestra descuido casi absoluto porque se utiliza la mayor parte del tiempo en perseguir el dinero -irónicamente la moneda allí se llama “colon”- porque se está atrapado en lo más lejano a la vida que es la supervivencia; pues no puedo sino notar la incoherencia.
Entonces opté por mejorar las condiciones en el jardín que muy amablemente Mauri compartía con nosotros. Creo que la mejor manera de compartir es enseñando (mostrando), más que hablando.
Cuando la inocencia se conserva pero se pierde la consciencia, entonces emerge desde la mente “la víctima”. Y la única cura que existe para salir de esa identificación absurda, es el retorno a la presencia. Y nadie más que uno mismo puede tomar esa decisión.
Como ves, abro mi corazón y te cuento todas las facetas de una realidad experimentada.
Una hermosa experiencia en ese tiempo fue cuando “Lai”, la hija mayor de Mauri, nos ofreció sumarnos a un día de playa con miembros de la comunidad que irían juntos en un bus alquilado especialmente para ese día. Rápidamente aceptamos la invitación.
Cuando llegamos a donde nos tomaríamos el bus, ya estaban todos ahí. La primer sorpresa fue al subir cuando vimos que no había un solo lugar vacío. Nos habían dicho que reservarían dos asientos para nosotros 4. Pues el bus estaba lleno y no había asientos libres. La seriedad de la gente hacía de ese momento algo realmente incómodo. Entré decidido a conseguir nuestros lugares. Así fue que hablando entre ellos en bri bri, dos personas nos dejaron sus asientos, poniendo sus niños encima de sus piernas, así como lo hicimos con Julian y Tahiel.
Una aventura diferente y especial había comenzado.
Llegamos a nuestro destino, y ocupamos un sector debajo de unas palmeras, a la orilla del mar. Había mucha gente, por lo que hicimos una especie de círculo grande para entrar ahí todos juntos y “marcar nuestro territorio”.
Al cabo de un rato, una familia “completa” llegó y se posicionó justo en medio del círculo que habíamos formado nosotros. Sin siquiera darse cuenta de lo que hacían, muy enfocados en sí mismos y faltando el respeto a los presentes, armaron su carpa y entre cerveza y tragos, pusieron música lo más fuerte posible. Tan fuerte que para escucharnos entre nosotros, debíamos gritar.
Mientras tanto, todos disfrutamos cuando una ola totalmente inesperada llegó y alcanzó a inundar el sector que ellos ocupaban.
Yo comencé a intentar aceptar la situación, pero creo que lo que estaba logrando era resignarme, y no aceptar. La situación era muy incómoda, era muy difícil disfrutarlo.
En cambio Victoria hizo lo que se debe de hacer: puso en palabras lo que de esa situación le generaba una ira tremenda. Dijo: "lo que me molesta muchísimo es la desconsideración y falta de respeto", y entonces reconocer que eso es lo que ella hacía constantemente a sí misma.
ESE reconocimiento es liberación, y ese reconocimiento es lo que modifica la circunstancia reflejo que tanto te molesta y que hace que te pelees contra lo que se te muestra afuera.
Y fue instantáneo. Llegó la organizadora del grupo a decirnos que nos íbamos a otra playa cerca de allí en la que seguramente estaríamos mejor.
En unos 10 minutos de bus, llegamos a una callecita casi invisible, que entraba hacia el mar. Esa playa se llama “Caracoles”, y está en Punta Uva, caribe sur de Costa Rica.
Al llegar al final del camino, pudimos ver todo el lugar. De pronto estábamos sólos, en una playa tan hermosa que emocionaba. Mucho más hermosa y armoniosa que la anterior. Nos ubicamos en distintos sectores según los grupos familiares o de amistad. Era un compartir genuino, en completa armonía.
Nos dimos cuenta de que la gente de la comunidad no eran cerrados como creíamos, por no comunicarse con nosotros, incluso ni saludar. Ellos simplemente esperaban. Y cuando yo los miraba a los ojos y los saludaba, y les hablaba, ellos demostraban una apertura completa de corazón a corazón. Y fue hermoso. Todo fue hermoso.
La comida que llevaron para todos era un arroz con pollo y verduras muy típico de su cultura, que había cocinado una de las señoras mayores. Jamás volví a probar un arroz tan rico. De pronto se armó un partido de fútbol entre los hombres y una de las niñas. Entré a jugar y fue ese compartir de un idioma universal como lo es el fútbol si lo deseas. Quienes no hablábamos bribri y quienes no hablaban español ni inglés, nos entendíamos perfectamente y las risas y carcajadas eran constantes.
De pronto se frenó el partido, para observar los osos perezosos que estaban arriba del árbol debajo del cual estábamos jugando.
Julian y Tahiel jugaban con los niños de la comunidad, y Victoria hablaba e intercambiaba con la gente que estaba allí. Aprovechando ella también para ir a caminar unos km por las playas paradisíacas en las que estábamos.
Fue una experiencia realmente hermosa. Lo creas o no, en un día de playa y mar, se puede crecer más que en años de lo que intelectualmente a veces consideramos que es aprendizaje.
También tuvimos nuestras tardes en el río más cercano a la finca. Es de unos 5 metros de ancho, agua bastante fría, a unos pocos km de donde dormíamos. Eran hermosas caminatas hasta llegar a donde si quieres, puedes ir río arriba y sorprenderte con lugares muy mágicos. Rodeado de rocas volcánicas, algunas de las cuales cuando las rompes puedes ver que aún conservan carbón adentro.

¡Pececitos curiosos que vienen a pinchar suavemente las piernas de quien se mete al agua!.
Serpientes que cuando vas caminando se muestran con majestuosidad y su energía tan fuerte y especial.
También experimentamos situaciones no tan maravillosas, mientras que en esos días, la ayudaba a Victoria a deshacerse de dos “Tórsalos”. En zonas tropicales existe cierto mosquito, que al picarte te mete en el cuerpo huevos de cierta mosca, y así te usan de huésped para que sus crías (gusanos) crezcan felizmente dentro tuyo. Claro que el gusano es feliz, pero a tí te lastima bastante. Usando la receta bribri, es mucho más fácil y rápido deshacerte de esos gusanos, que yendo al médico y haciendo lo que te dice.

Y mientras tanto los 4, Tahiel, Julián, Victoria y yo, sumergidos constantemente en nuevas experiencias que nos desafían a ser cada vez mejores que antes, porque se trata de amigarse con la incertidumbre, atravesar miedos, conocernos a nosotros mismos experimentando las diferentes realidades que creamos a cada paso del camino.
Y si crees que entonces ya te he contado sobre mi experiencia con los indígenas, te equivocas.
Hasta ahora solo te he contado sobre lo que entiendo que fue nuestra preparación para aquella experiencia. Solo te he mostrado algo de lo que fueron la llave y la puerta de acceso.
Llegó el tiempo de irnos de esa finca. Mauri ya nos había contado de que ella a veces llevaba a algunas personas a conocer a su familia que vive en la selva, en sus casas y con costumbres ancestrales originarias. Claro que no era para cualquiera y ella era quien debía invitarnos y llevarnos. La invitación estaba, pero ella no disponía aún de tiempo para ir con nosotros.
Nos quedaba allí una semana más. Así que miré a Victoria, me miró, nos miramos… y le dije: “Es hora de ir a la selva”... ella agachó la mirada y con una sonrisa me dijo: “yo sabía que este momento iba a llegar, ok, vamos”.. Jajaja

Hablé con Mauri y le expliqué que en pocos días nos iríamos y que quería tener la experiencia de conocer a su familia en la selva. Me indicó que jamás había enviado a alguien solo para allá porque había que conocer la zona, etc.
Lo que Mauri no sabía es que cuando me propongo algo al 100% lo consigo. Y si alguien me pone un desafío entre lo que me propongo y yo, entonces el desafío solo me incentiva.
Mi certeza era tal, que su comentario de que jamás nadie había ido sin guía fue solo eso, un comentario.
Me explicó cómo ir y armamos las mochilas. Al otro día, antes de que amanezca, ya íbamos camino a la que entonces fue una de mis mejores experiencias y al fin, sueño cumplido.
Tomamos un bus de una hora y media aproximadamente, a un pueblo muy pequeño a orillas del río “Suretka”. Allí, subimos en bote (lancha) río arriba durante casi una hora. Luego, en “medio de la nada”, esperaba un bus escolar de los amarillos que ves en EEUU, anduvimos durante casi una hora. Ese bus va por literalmente el medio de la selva cruzando ríos y por huellas que, si adivinaras, dirías que son solo para tractores y no vehículos comunes. Al fin llegamos a “Sbodi”, en donde debíamos bajar.



Nos estaba esperando Obdulio, hermano menor de Mauri, así que la caminata fue guiada. Presencié los árboles más gigantes que jamás había visto. Con troncos de un tamaño y altura que no me hubiese podido imaginar. Al cabo de unos 40 minutos llegamos a lo que era el comienzo del sendero que sube hasta su casa. Sendero que a los costados tiene las flores más hermosas de la zona.

Y al llegar a la cima del sendero, te encuentras con la vivienda más sencilla y hermosa que puedas conocer. Compuesta de dos áreas, totalmente abierta sin puerta ni ventanas, con “paredes” y techo construidos con hojas de una palma. En el área de la “cocina”, un fogón a la altura de una mesa, cuadrado, de dos metros por lado aproximadamente.


Ahí habitaban Obdulio de unos 60 años y su madre Victorina de 94 años. Ambos con una salud realmente admirable.

Nosotros llevábamos arroz, frijoles, aceite y algunas cosas más para compartir. Pero él me miró a los ojos y en un español precario con acento bribri me dijo: “espero que ud no se ofenda, nosotros agradecemos lo que trajo, pero nos gustaría si ustedes lo permiten, compartir nuestras comidas típicas de aquí, y que conozcan qué es lo que comemos nosotros a diario”.
Con sus palabras emanaba respeto. Claro que rápidamente asentí en agradecimiento.
Todas sus comidas tienen como base el banano. Banano amarillo grande, pequeño, rojo, y también el que sabe a manzana.
Si es verde entonces va en la sopa, o la comida que hagan. Si es maduro, entonces se come como normalmente comemos la fruta, o bien, para el desayuno, echan el racimo entero a las brasas, y cuando está “listo”, abres el banano, y con tenedor o cuchara puedes saborear en caliente lo que se asemeja bastante a una mezcla de banano y miel. Es delicioso.

Para tomar, siempre están las dos ollas en el fogón: la de cacao y la de café. Ambos van bastante aguados (según mi percepción), y puede ser frío o caliente, y con azúcar a gusto.
Para bañarse hay un cuartito pequeño, sin techo, con un barril con unos 200 lt de agua, del que te sirves con cuencos para lavarte.
Si caminas por los alrededores de la casa, verás todo tipo de plantas comestibles y frutales. Desde el cacao, café, guanábana, banano, plátano, guava, caña de azúcar, y mucho más.



Y luego también está siempre en esos lugares, como lo llamaban Julián y Tahiel, el “árbol de platos”. Se llama “Cigüeña Madura”. Es un árbol que da frutos grandes, no comestibles, pero que al cortarlos a la mitad, vaciarlos y secarlos, se convierten en cuencos lo suficientemente duros como para utilizarlos como platos durante años.

Y luego de mucho compartir experiencias y formas de vida, llegaba la primera noche que pasaríamos en casa de Victorina. En la tarde, ella agarraba el machete y se iba a un sector del monte, muy cerca de la casa a buscar leña. 94 años, manejando el machete con una vitalidad envidiable.
Nos preguntábamos en dónde dormiríamos nosotros, ya que no había algún sector visible en donde acomodarnos. Y llegó Alcides, hijo mayor de Victorina, hermano de Mauri y Obdulio. Venía con unas 10 hojas muy grandes de palma. Nos decía que eran para nosotros. Y nos tomó varios minutos entender que debíamos hacer con ellas. Hasta que comprendimos que esa era nuestra cama. Victoria las acomodó en el suelo de tierra dentro de la casa, y con una sábana y una manta, teníamos donde dormir.


Esa noche fue hermosa e incómoda. Dormimos los 4 juntos. Las pulgas del lugar se hicieron presentes. Y hoy, a casi dos años de ese momento, aún conservo algunas de las marcas de sus picaduras. Podía sentir la vulnerabilidad que te obliga a soltar y confiar en la vida, pues era una situación en la que podría entrar a nuestra “cama” una serpiente, arañas, y cuanto insecto o animal que habite por ahí. Y decides confiar, porque la verdad es que siempre, más allá de la circunstancia que sea, todo está bien y no hay algo a lo que temer.
De noche salí a caminar cerca de ahí, a contemplar las millones de estrellas, y de pronto vi algo muy cerca frente a mis ojos que tuve que esquivar. Era una araña muy grande, que descendía del techo. Arañas que de día están escondidas entre las hojas, pero que de noche bajan y debes estar muy atento porque, según nos contaba Obdulio, pican MUY fuerte.

Así también como la famosa y muy enorme “hormiga bala”, que mientras caminaba por el monte vi sobre un tronco. La reconocí gracias a haber visto un documental, y cuando le pregunté a Patricio, hermano de Obdulio, Alcides y Mauri, me indicó que sí, efectivamente era una hormiga bala, y el nombre deriva de que cuando pica, duele como si fuera una bala que atraviesa la zona afectada. Según me contaba Patricio, una vez le sucedió y se tuvo que sentar unos 20 minutos, ya que el dolor era insoportable.
Patricio, a quien había conocido en la finca de Mauri de la que te hablaba antes, es una persona muy especial. Desde el primer encuentro con él generamos una conexión profunda. Tanto es así, que de pronto nos encontrábamos teniendo largas conversaciones en las que nos entendíamos perfectamente, más allá de los diferentes idiomas en que hablaba cada uno.
Y estando en la selva, nos invitó a visitarlo en su casa. Él vivía con su familia, en una comunidad llamada “Bajo Kwen”, en otro sector de la misma selva. Decidimos ir a visitarlo, y Obdulio fue nuestro guía. Caminamos unos 40 minutos hasta un río que cruzamos en bote. Luego debíamos caminar unas cuantas horas más para llegar a su casa.
Su casa era la imagen de la completa humildad que desborda de riqueza en naturaleza y espíritu. Con cerdos bebé corriendo por ahí, perros superflacos, cientos de frutales de toda clase, y su familia formada por seres profundamente respetuosos y generosos. Nos invitaron a almorzar un delicioso arroz con carne de cerdo. En ese momento podía adivinar que el alimento que nos daban era posiblemente lo que tenían reservado para los días siguientes. Pero nunca sabré si esa era mi mente queriéndome dar culpa para sacarme de la situación más hermosa que había habitado. Pues no di paso a esos pensamientos y me ocupé en disfrutar y aprender de lo que estaba sucediendo.
Podía ver como mis hijos se nutrían con semejante experiencia. Victoria estaba experimentando una vivencia que jamás se hubiese imaginado. Y yo estaba cumpliendo mi sueño.
Patricio me mostraba los libros que no podía leer, pero de los que rescataba las hermosas imágenes de indígenas mexicanos que soñaba conocer. Tuve la oportunidad de leer y contarle sobre lo que más curiosidad le daba, para completar la historia que él mismo encontraba según las imágenes que veía. Hubiese dado lo que sea por regalarle un pasaje de avión para visitar y conocer la cultura que él tanto anhelaba, ya que según la soberbia de mis pensamientos basados en experiencia, pareciera que él no podría conseguirlo.
Él me contaba que para ir a trabajar en la plantación de bananos y plátanos de su familia, caminaba cada mañana durante dos horas hacia arriba de la montaña, y bajaba a la tarde con uno y a veces dos racimos completos atados a la cabeza (cada racimo completo pesa unos 30 kg aproximadamente).
Y luego tocó ir a visitar la casa de Alcides, quien vive cerca de Victorina y Obdulio, en donde dormíamos nosotros. Justo en la loma siguiente, arriba de todo. Esta vez nos guiaba el mismo Alcides. Con 73 años, machete en mano, agilidad y resistencia admirables, nos llevó primero a recorrer las tierras de su familia. Cientos de hectáreas es lo que desde sus ancestros conservan cuidando la flora y fauna. Y en todo ese terreno, tienes todas las plantas medicinales y todos los alimentos que puedes necesitar. Hasta el lujo de contar con cientos de palmeras “Pejibaye”. El nombre de la planta es también el del fruto, que cada año da de a kilos, y que es super sabroso. Pero lo mejor que tiene la palma del Pejibaye es su corazón: el palmito. Y Alcides nos regaló palmito fresco que nos enseñó a cosechar. Lujo de lujos en medio de la selva.
Luego de la hermosa cosecha, continuamos camino hacia arriba de la loma, y al cabo de varios minutos, se abrió el sendero logrando así tener una visión panorámica, y entonces pudimos ver lo que parecía que era imposible en ese lugar: Una hermosísima y casi lujosa vivienda construída en alto sobre pilotes de madera. Era de unos 30 m de largo, compuesta de 3 partes unidas por pasillos. Allí conviven Alcides, su hija, yerno y nieta. La palabra que se me viene a la mente ahora para describir esa vivienda en ese lugar es: espectacular.

Nos tomamos una tarde para pasear solos, Victoria, Julián, Tahiel y yo. Experimenté algo sorprendente que tiene que ver con la particularidad que hay en la selva respecto de los sonidos. Cuando estás inmerso en la naturaleza tan exuberante, los sonidos son constantes. Más de día que de noche, pero aún así el silencio vacío simplemente no existe. Y también es cierto que cuando hay tantas plantas y árboles que forman paredes densas, a veces sucede como nos sucedió a nosotros... Caminamos unos kilómetros por un camino que encontramos por ahí. Disfrutando de las plantas más hermosas, enormes hojas e insectos de todos colores. Al seguir avanzando la pared de vegetación a nuestra izquierda desapareció, dando lugar a la posibilidad de ver lo que siempre había estado ahí detras y jamás habíamos percibido: a solo unos metros del camino, corría un río de no menos que 20 metros de ancho, abundante agua paseaba envolviendo miles de piedras. Un paisaje espectacular, a muy poca distancia y que solo se hizo perceptible cuando la vegetación entre nosotros y el agua ya no estaba.
La alegría de Julian y Tahiel era inmensa así que, mientras ellos se metieron a bañarse y a jugar, Victoria y yo nos sentamos a contemplar la majestuosidad que es la madre tierra en terrenos muy alejados de la civilización.

Al volver a la casa, los 3 hermanos que allí esperaban nuestro regreso, insistieron en invitarme a lo que llaman “Alto Kwen”. A aproximadamente dos días de viaje hasta el pueblo más cercano, me indicaron que solo era para gente grande, ya que el camino hacia esa comunidad era desde allí, de unas 8 horas caminando monte arriba a “buen ritmo”, por caminos que tenían partes peligrosas. Dicen que la anciana madre de la tribu decide quién entra y quién no al percibir la energía de un nuevo viajero. Para comenzar el viaje hacia allí, se debe pasar de montaña a montaña en un carrito para una sola persona por vez, que va colgado de una polea en un cable de acero. Les prometí regresar para ir de aventura con ellos, y debo decir con peso en el alma, que aún no lo he hecho.
Y por último, quiero compartirte lo que entiendo que es la receta que tiene esa hermosa familia para mantener un ejemplar estado de ánimo y salud, y para,- como dice Obdulio- “estar fuerte como el tigre”.
Se levantan a las 3:30 am todos los días, porque ellos deben “despertar al gallo”.
Cuando Obdulio me dijo que se despiertan tan temprano, yo pensé que era para tener más horas de trabajo. Pero la realidad es que desde esa hora, hasta que sale el sol, aproximadamente a las 7:30 am, se reúnen Victorina (94), Alcides (73), Obdulio (61) y a veces también Patricio (64), y mientras toman café y cacao, puedes escuchar como hablan y se ríen a carcajadas sin cesar. No puedo contarte de qué hablaban ya que solo aprendí unas 10 palabras en bribri, y no entendía lo que decían. Pero lo que sí puedo decirte es que esa gente ríe, disfruta, y muy poco es lo que se preocupan. Ya que si bien es notable cómo el sistema ha logrado alejarlos de su presencia, aún conservan muy bien la inocencia que los protege y mantiene en la alegría de VIVIR.
Aquí unas palabras del hermoso BriBri:
Mishka Mishka: vamos - sigamos
Wistera: gracias
Meshkena: bienvenidos
Webrook: ir a conocer
Sbodi: agua de dios
Aqui: banano verde
Casoun: ir a ver
Ari: banano maduro
Y por último “Iamy”: amigo - hermano, que es como Patricio, Alcides y Obdulio me llamaban al por fin conectar con una cultura que en definitiva, lo único que tiene diferente de la cultura de -como le dicen ellos- el “hombre blanco”, son sus costumbres.
Porque es para todas las personas del mundo por igual: hacia fuera existen incontables caminos de la ilusión, y hacia dentro existe un solo camino que es de cada uno: el de La Verdad