
CÓMO DESCUBRÍ MI PASIÓN
Era principios del 2010 cuando, gracias a llevar turistas a los puntos energéticos de Capilla del Monte y alrededores, conocí Ojo de Agua.
Jamás me había sucedido algo así.
Era en la tarde, y luego de unos 30 minutos de manejar por camino de tierra y piedras, llegamos a la entrada de una Finca en un pequeño valle en un pre-cerro del Uritorco.

Por un lado del campo corre un pequeño arroyo (que hoy luego de más de 12 años de haber vivido ahí puedo decirte con certeza que el agua allí siempre corre incluso en las peores sequías).

Conocimos a Luisa, la persona que cuidaba el lugar. En aquel tiempo ella pasaba dos o tres meses (el invierno) sin ver a alguien más que Don Bernabé, dueño de la finca y gran personaje de dos o diez mil personalidades diferentes y del cual te contaré más adelante, quien iba y venía caminando del pueblo al campo casi a diario.
Cuando llegué a “lo de Berna”, estacioné y saludé a la cuidadora, quien me comentó lo que todo turista (y no yo) generalmente quiere escuchar sobre ese tipo de lugares.
Al fin logré ir a recorrer solo y decidí sentarme en medio de la chacra. Justo en el lugar en el que puedes ver las lomas que te rodean, el río, y la casita en la que vivía Luisa.
Fue al sentarme ahí que de pronto sucedió algo muy fuerte dentro mío . Fue intenso, hermoso. Fue un llamado que el lugar estaba haciendo. Sentí la certeza de que quería habitar y cuidar esa porción mágica de monte. No sabía cómo ni si era posible. Solo sabía que era para mi, y el espíritu del lugar ya me había aceptado. Incluso, creo que me había traído allí.
Recuerdo que eran pasadas las 12 de la noche, aún sentado ahí en plena oscuridad, en donde (aún) no hay electricidad ni señal de celular, por lo cual el cielo es un verdadero espectáculo de millones de estrellas. Y no quería irme. Luego de esa vez, recuerdo que Victoria ya sabía que cuando yo iba a ojo de agua, seguro volvía tarde.
No pasó más de un mes desde ese momento, que Luisa me comunicó su deseo de irse de allí y vivir en Buenos Aires. Ni lento ni perezoso me comuniqué con Bernabé y le expliqué que yo quería cuidar el campo si él lo permitía. Así que me pidió que armara un proyecto, con mis intenciones sobre el lugar y se lo entregase, ya que había una familia que estaba en la lista de espera para vivir allí.

Esa misma tarde le entregué el proyecto. A los pocos días ya estaba arreglado: Yo viviría en Ojo de Agua. Sólo había un detalle: alguien tenía que llevar a Luisa a Buenos Aires, pues ella no tenía dinero para mudarse. Así fue que organicé el viaje para el mes de Marzo y fuimos en el Peugeot 504 rojo modelo 98 que manejaba en ese entonces. El auto iba tan lleno que por suerte no hubo lugar para la enorme y pesadísima figura de la “virgen de los milagros” que Luisa a toda costa quería llevar. Posibilitamos que Vicky entre en un pequeño espacio que dejamos en el asiento trasero ¡Creo que fue el viaje más incómodo que ella hizo en su vida! Amarramos el colchón en el techo y salimos de aventura a la gran ciudad.
Luego, ya en Ojo de agua…
Recién entraba a vivir allí. La “casita” era el extremo de la simpleza. Constaba de dos habitaciones pequeñas. En la primera, había una cama y unos estantes rústicos armados con maderas del lugar. En la segunda, había una mesa, dos sillas y un “anafe” con dos hornallas. No había bacha para lavar los platos. El baño estaba fuera, como a 10 metros de las habitaciones.


Las primeras semanas, lavaba los platos en el río, utilizando cenizas en vez de detergentes, y arena en vez de esponja. Luego, para mayor comodidad, hice llegar una manguera de riego, cerca de la casita, para entonces lavar los trastes sentado en una silla.
En ese entonces, y gracias a que sólo una mujer que no podía manejar motosierras ni herramientas pesadas era la que cuidaba, el lugar se mantenía bastante “salvaje” y eso ayudaba a que sea tan mágico. Se notaba que el lugar aún era lo bastante virgen como para disfrutar de la naturaleza cuando sin la mano del hombre ésta decide hacia dónde y cómo avanzar.
A lo largo del arroyo se formaban senderos entre árboles de moras que en noviembre y diciembre daban tanta fruta que alimentaba tanto a los miles de pájaros como a las personas que había por ahí. También están los “talas” y “talas falsos”, que juntan sus copas llenas de ramas con espinas para que el viento no logre perturbarlos. Las lianas de todos grosores tomando las más diversas formas espectaculares. Los algarrobos dando las mejores sombras para quienes queríamos disfrutar de la frescura incluso en tiempos de verano con más de 40 grados. Quebrachos de a cientos que en julio y agosto se pueden ver a la distancia con sus copas de colores anaranjados, amarillos y rojos, cuando justo antes de caer las hojas adornan un paisaje realmente hermoso.


En abril de 2010 me mude a “lo de Berna”. Bernabé había nacido y vivido en Ojo de Agua toda su vida. Conocía el lugar como nadie más. Cuando yo lo conocí ya tenía casi 70 años, extremadamente flaco, muy pocos dientes, y un machete en la mano. Sea donde sea que él andaba, estaba con su machete y su perro que lo seguía fielmente.
A don Bernabé lo he visto andar solo (con su perro), con turistas, con sus familiares, con sus “socios”, con amigos. Era alguien que “era según con quien estaba”. Gran maestro que tuve en mi vida. Aprendí mucho sobre ese monte. Por ejemplo, cuando yo le preguntaba por cierto lugar en esas sierras, del que había escuchado y él me invitaba a encontrarlo y me indicaba por donde ir, entonces yo ya sabía que no valía la pena, seguramente estuviera muy contaminado por turistas. En cambio, si yo le preguntaba por un lugar y él me decía que no convenía ir allí, porque era peligroso, o porque no se podía llegar o algo parecido, pues a ese lugar sí era importante ir. Bernabé fue un gran maestro de lo que no.
Ya estando en el campo, habiendo pasado varios días y noches, empezaba a encontrarme con la realidad del lugar, más allá de las maravillosas expectativas que me había hecho.
Por ejemplo, el hecho de que yo no tenía idea de como usar herramientas. Si bien había muy pocas y en muy mal estado, cuando estás en un lugar así suceden dos cosas:
1- jamás estás apurado
2- siempre hay muchísimo por hacer.
Por lo tanto, puedes entrar en un círculo peligroso y del cual es difícil salir. Como no hay apuro, “lo hago luego o dentro de 15 días”. Pero luego o a los 15 días, hay muchísimo más que antes por hacer, por lo cual empezaba a conocer por primera vez la sensación que quizás muy pocos en la ciudad conocen: “jamás lograré finalizar el trabajo”.
Quienes por ejemplo hicieron o hacen (y se lo toman enserio) el huerto, conocen exactamente de qué hablo. Es un proceso circular, en el que siempre es lo mismo, y jamás es igual que antes. Pero siempre continúa.
De pronto estaba conectando con algo en lo real, en la vida cotidiana, que demuestra muy bien que además de la linealidad, también existe lo circular. Tal cual es con el tiempo.
Si le preguntas a un normal sobre la muerte, te dirá que naces, creces y mueres. Eso es lineal. Y si le preguntas a un shaman sobre la muerte, te dirá que el que muere en la linealidad es el cuerpo, pero tú sigues en vida. Eso es eternidad. Y también te dirá que en realidad si haces el viaje interior, estas muriendo y renaciendo constantemente. Eso es circular.
Comencé a percibir cómo la naturaleza le habla a quien escucha. Y aprendí luego que es la vida que habla a quien escucha. Por lo tanto, se debe habitar en los tres tiempos constantemente. Eso lo logras con simplemente estar justo allí, a donde estás.
Habían pasado un par de semanas y me encontraba en mi casita de Ojo de Agua, con mucho espacio de tierra, algunas herramientas y semillas. Mucho monte por recorrer, y todo el tiempo del mundo, ya que no tenía un trabajo estable al que acudir.
Cuando tienes el tiempo y las ganas de encontrar tu pasión, pero aún no tienes idea de qué hacer, éste es mi consejo: Haz algo, lo que sea que puedes hacer con lo que tienes, pero hazlo al 100%. Y si no es exactamente esa actividad la que te apasiona, muy posiblemente sea la puerta de entrada. Estar atento te permite observar que la vida te ha traído algo, posiblemente esté delante de tí, más allá de lo que tu mente te muestra. Y es al responder a eso que la vida te ha traído que te encuentras a ti mismo.
Yo elegí la huerta. Sin haber jamás cuidado una planta, ni saber algo al respecto, lo elegí igual y te digo: si tienes ganas de hacer algo, y no sabes nada al respecto, hazlo igual. Toda experiencia es válida y luego te servirá para lo que hoy ni te imaginas. Me apasioné por los cultivos, para encontrar que eso era solo la puerta de entrada a mi mayor pasión: enseñar el y sobre el Viaje Interior.


Y un día apareció en Ojo de Agua “el Goyo”. Unos 40 años, extremadamente flaco, y siempre con machete en mano. Él venía a vivir en una pequeña casita construida del otro lado del arroyo. Muy cerca de la mía aunque para verla tenía que caminar unos 100 mts aproximadamente.
Goyo también tenía miles de facetas diferentes de personalidad. Él también, inconscientemente, “era según con quien estaba”. Aunque en él sí podía confiar. No por cómo él era diferente de Berna, sino porque aprendí que, al conocer y aceptar todas sus distintas facetas, entonces entendía cómo lidiar con ese tipo de personaje, con quien luego viviría miles de aventuras durante algunos años. En fin, confiar o no en el otro, no dependía del otro. Dependía de mí, y eso lo aprendí a fuerza de experiencia.
Goyo tenía una historia muy particular. Él nació en el campo, y desde pequeño aprendió mucho sobre cultivos de la zona, cuidado de animales medianos y grandes también. Pero en su adolescencia, de pronto y sin haberse mudado a otra casa, se encontró viviendo en lo que en argentina llaman “villas”, o en brasil “favelas”. Poco a poco, pero en un período de tiempo muy corto, la villa se fue apoderando de ese lugar. Su padre había muerto siendo él muy joven, y su madre era una mujer de campo, no había ido a la escuela y era tan sencilla como se puede ser.
Fue entre sus hermanos y él que tuvieron que tomar las decisiones que, normalmente quien educa a los más chicos, suelen tomar.
Conoció las drogas, vivió momentos muy difíciles internado sólo en el monte durante períodos largos de tiempo, y también en la cárcel algunas veces. Así de interesantes y fuertes eran sus increíbles historias. Y siempre me daba su mejor consejo: “Marcos, jamás pruebes la cocaína. Es lo peor que existe, te atrapa y te mata en vida. Y es lo más oscuro en mi vida. Jamás la pruebes.”
Ésto mientras seguramente estábamos fumando marihuana, lo cual hace años aún hacía. En aquel entonces era un punto muy importante en lo que hacía a la conexión y confianza entre Goyo y yo. Gracias a ese compartir, y mi ánimo por escuchar sin juzgar, él tenía la apertura de contarme lo que no se atrevía a contar a nadie más.
Gracias a Goyo aprendí a usar las herramientas de campo. Me enseñó a usar machete, hacha (mi herramienta preferida siempre), arado, barreta, pico, etc. Me enseñó su forma de sembrar y cultivar en general. Me enseñó a utilizar la acequia.
La acequia en Ojo de Agua no se usaba desde hacía más de 35 años, por lo que si no conoces lo que es una acequia, es muy difícil luego de tantos años de no utilizarla, conocer por donde debe de ir el agua. Para abrirla, las indicaciones de Goyo que fueron las siguientes: “Aquí empieza, así que abrimos…” y una vez que el agua ya salía del arroyo, por el canal, a unos 600 metros del campo donde yo habitaba, me dijo exactamente estas palabras: “ahora í viendo por donde quiere ir el agua y abrile paso hasta tu casa”. Y se fue.
Al cabo de 8 horas sin parar, entre mi pala y yo, cruzando las distintas fincas por las que debía pasar la acequia para llegar hasta el área de mi futura huerta, entonces, llegué a la chacra vecina anterior a la mía. Fue una situación en la que aprendí que a veces, es al hacer que comprendes y no, como tu mente te dice, que debes entender para entonces hacer.
Ahí estaba esperando Rosa 60 años, hermana de Berna pero a diferencia de él, super confiable, una persona de palabra y muy enamorada de la naturaleza, sus plantas.

Rosa estaba con una sonrisa y super entusiasmada, de que luego de 5 años de terrible sequía en la zona, alguien de pronto estaba abriendo la acequia que se usaba muchísimo cuando ella era pequeña, pero que luego nadie se atrevió a abrir porque causaba problemas entre los vecinos. Le dije que me indicara en donde quería llevase el agua en su jardín y me respondió: “por favor, inunde todo!!! ¡Inunde los frutales porque lo necesitan!”. Así que hice los subcanales correspondientes y dejé así el agua en gran cantidad corriendo toda la noche.
Gracias al hijo de Rosa, Gustavo, tuve muchos aprendizajes más. Por ejemplo, cuando un día entró a buscar leña en la finca que yo cuidaba, y al recibir los ladridos de una de mis perras, agarró el hacha e intentó darle. Solo bastó decirle “cuidado con mi perro” para que acomode el machete en mano y mientras se me acercaba decirme “a vos te voy a educar a machetazos”.
Cabe aclarar que yo jamás me había peleado físicamente con alguien. Nunca necesité hacerlo.
En cambio para él era, quizás, la única forma posible, lo único conocido. La suerte de que en ese momento él estaba tan afectado por mezcla de lo que seguramente era alcohol, marihuana y otras sustancias, que su lentitud era inevitable y solo tuve que decirle que se quede tranquilo, para que siguiese su camino.
Yo comprendía como alguien que nació y se crió en el campo, de pronto se encontraba con la “invasión” de quien venía de la ciudad. Luego, en el tiempo, hubo muchísimas veces más en las que la misma persona pretendió atacarme, sobre todo cuando estaba muy drogado, y siempre fue el humor lo que usé para transformar esos momentos oscuros en alegría total.
Algo muy poderoso que tenía ese lugar a diferencia de otros, y que fue mucho gracias a lo cual crecí en diferentes aspectos, es que allí no es posible llamar a la policía, ni a alguien que te ayude a hacer algo, lo que fuere. Eres tú y la situación. Eso me ayudó siempre a tomar la responsabilidad, y entendí que siempre, SIEMPRE, depende de mí estar bien o de otra manera.
Llegaba la hora de decidir exactamente en donde haríamos el huerto en mi chacra. Ya era hora de inundar la zona en la que por la sequía se hacía imposible clavar una pala en tierra tan seca, dura, apisonada por vacas y caballos, y sin trabajar durante muchísimos años.
La duda de qué sector abarcar era porque temía abarcar demasiado y luego no poder dar el cuidado necesario para obtener los mejores resultados. Sobre todo teniendo en cuenta de que yo aún no tenía noción de en qué me estaba metiendo. Aún así, decidimos usar el total del lugar cultivable del que disponíamos. Unos 600 mts cuadrados aproximadamente. “Estiré” la acequia hacia ese sector, y me ocupé durante algunas horas en hacer con el pico, los canales para que el agua penetre en todos los espacios necesarios.
Lo siguiente fue cerrar el espacio, para lo cual aprendí a usar “barreta” para clavar los postes, y tenaza y otras herramientas para pasar los alambres. Como no teníamos dinero para comprar los materiales, fueron varios días de subir a distintos lugares en el monte para traer desde ahí los postes, varillas, y todos los retazos de alambre viejo que algunos vecinos, al renovar los suyos, dejaban ahí como basura.
Con el tiempo, comencé a darme cuenta de que el mejor complemento con Goyo lo hacíamos cuando uníamos sus saberes con mi innovadora forma de pensar (o sea, usar la cabeza con fines prácticos y no, hacer todo automáticamente, por costumbre o experiencia que, además, yo no tenía).
En mis días allí solo, usé mi tiempo para recoger toda porción de bosta de caballo que había por cada rincón de esa hectárea y media. Así limpiaba la zona y de paso alimentaría los cultivos.
Y llegó octubre 2010. Hora de sembrar. Berna nos prestó un caballo, Don Hugo Jaime (viejo gaucho de la zona) nos prestó el “pechero”, y afilamos un arado viejo que solía usar el papá de Berna y Rosa hacía muchos años. Fue un día de fiesta en el que aprendí y sembramos la chacra arando con un caballo.
(Te cuento que un par de años antes, mi vida era de oficina en Buenos Aires capital, administrando una empresa que importaba hardware. Poco antes de eso, estaba en un call center hablando en inglés con norteamericanos enojados por un servicio de teléfono que no les funcionaba, y en las mañanas en el recinto de la bolsa de comercio de Buenos Aires, “jugando” a invertir en opciones, mientras veía la pobreza de quienes más tenían. Pero esa es otra historia que ya te contaré).
O sea, el cambio que había hecho en mi vida era rotundo. Aún así, en medio de la naturaleza yo estaba en casa. Era mi hogar, mi medio, mi mejor ambiente. Muchísimo mejor que todo lo que había conocido hasta ese entonces. Tanto era así que ahora todas las problemáticas eran simplemente ocasiones en las que aprender, y seguir creciendo. Y no como antes, que al vivir en ambientes completamente nocivos para mí, entonces cada problemática era una nube negra que justificaba mi malestar. Recuerda siempre que cuando una planta está enferma, lo que modificas su entorno, y no la planta.
Desde abril de 2010 hasta principios de enero de 2011, fueron nueve meses de muchísimo trabajo: acequia, limpieza del lugar en general, alambrados, preparación del suelo de cultivo, siembra, cuidado de las plantas, y mucho más. Me levantaba a las 5 am (sin despertador, claro), y finalizaba mi trabajo cuando ya era oscuro. Jamás apurado y eso era nuevo para mí. Siempre en pleno entusiasmo trabajando muchísimas horas sin recibir remuneración a cambio, y eso también era nuevo para mí. Pasaba muchísimas horas solo. Muchos ratos trabajando y compartiendo con Goyo, y los fines de semana con Victoria que venía al campo y disfrutábamos mucho juntos.
En esa época también tenía abierto el lugar como camping, por lo que atendía a la gente que venía, y de ello también tengo muchísimas historias, de lo más disparatadas, para contarte. Desde el soldado norteamericano desertor, con muchas “ganas de matar” como lo describía el mismo, a grupos de personas con los más diversos viajes mentales como en el que cada uno tenía su pequeño muñequito de juguete, pero que en realidad, según ellos estaban vivos, por lo cual la emoción de las personas cambiaba de un extremo al otro, cuando al muñequito se le rompía la ropa o tenía hambre (lo que te cuento es literal). Pero esas historias y muchas más son para otro momento.
En los meses luego de la siembra, desde principio octubre y hasta principios de enero, fueron meses en los que aprendí muchísimo sobre la conexión entre el hombre y la naturaleza. Y sí, somos naturaleza y por lo tanto la conexión existe, pero cuando tu mente te separa de eso, entonces hay que reconectar. Y lo hice.
Comencé a observar la diferencia entre lo que es la mente y ese otro lugar interior. Sucedió por ejemplo, en una ocasión en que los maíces ya tenían unos 50 cm aproximadamente, y era tiempo de “aterrarlos” (cubrir de tierra sus raíces superiores que tienden a emerger de la tierra). Una vez hecho eso, luego de 3 días de 10 horas de trabajo con el pico, sin parar ni para comer; era hora de regar. Eso me decía Goyo, y también mi mente. “Hay que regar ya, marcos hay que abrir la acequia”.
Pero más allá de lo que Goyo y mi mente me decían, yo tenía en mi interior la certeza de que iba a llover (y quien hace huerto, sobre todo en lugares con épocas de sequía, conoce muy bien la diferencia en las plantas cuando toman agua de riego o de lluvia). Desde ese momento, logré diferenciar muy bien esos dos lugares internos que existen pero que te quieren llevar a diferentes lugares en la vida. Por un lado, la mente: la que tiene miedos, la que basa todas sus decisiones en la memoria, de donde surge toda comparación y por lo tanto siempre lleva a la frustración, y que por lo tanto jamás te llevará a un lugar nuevo si es que decides desde ahí.
Por otro lado, lo que llamaré el SER con mayúsculas. Ese lugar interior que jamás duda, que siempre sabe lo que es necesario y cuál es el paso a dar ahora mismo, estés donde estés. Ese lugar interior que puede que sea más sutil que la mente, y al que no estás acostumbrado a recurrir, porque siempre te enseñaron que es la mente la que conseguirá la respuesta que necesitas.
La mente, esa grandiosa herramienta que tenemos los seres humanos para fines prácticos -y jamás para desde ahí tomar una decisión-, no puede saber si va a llover o no, porque lo único que conoce es el pasado, y entonces desde ahí proyecta sólo ilusión a futuro.
Y llovió. Luego de casi una semana de hacerme de la confianza que mi mente jamás me daría, y en el momento en que la milpa ya realmente necesitaba, entonces llovió. Y llovió muy bien, y la alegría mía y de Goyo fue inmensa.
Es que - como bien me dijo luego en 2017 Dorothy McClean, co-creadora de FindHorn, en Escocia - la conexión no es “con la naturaleza”, sino que la conexión es con la Vida.
También encontré que existían los insectos. Miles, y cada vez más insectos llegaban al lugar más verde y húmedo del valle, o sea mi huerta.
Y comencé otro viaje. Hablarle a los insectos. Así es, les hablé antes a los insectos que a las plantas. Así funciona el psiquismo, ¿verdad? La prioridad la tiene lo que automáticamente consideras negativo.
Y les hablaba desde mi sinceridad, desde el amor. Les agradecía el alimentarse de los “yuyos” que crecían, junto a las plantas que yo había sembrado. Les agradecía el alimentarse de esas hierbas silvestres y no tocar mis cultivos. Y muchos fueron testigos de la salud de mis plantas, y de cómo cientos de insectos devoraban las hierbas que crecían junto a ellas.
Recuerdo siempre la primer visita que hizo mi padre a Ojo de Agua. De noche, mientras observábamos las estrellas, en el silencio lleno de sonidos del monte, me decía con una sonrisa de pleno gusto y disfrute: “vos estás loco”. Y sí, la locura, contiene la cura. Y cuando al observar mis cultivos, veía que toda esa cantidad de bichitos estaba solo sobre las hierbas y no sobre mis plantas, la expresión de sorpresa en su rostro lo decía todo.
Había comenzado un verdadero viaje de VIDA (con mayúsculas) en el que, a diferencia de mi versión anterior, ahora era protagonista de la magia con la que antes solo soñaba con conocer.
Y llegó el 1 de enero. La huerta estaba en su máximo esplendor, un mes antes de comenzar la gran cosecha. Yo ya me alimentaba de mis cultivos, pero la mayor parte de la cosecha sería entre febrero y marzo. Eran las 5:30 de la mañana, y yo ya contemplaba el monte cuando los pocos vecinos que había aún dormían. Pude ver que a la distancia se acercaba Berna. Era muy extraño que viniese tan temprano. Algo había cambiado. Algo en mí, que no era mi mente, me lo advertía.
Recuerdo ese momento como si hubiese sido hace solo unas horas, y no, casi 15 años. Se paró como a 10 metros de distancia y solo nos separaba un cerco muy bajo. Con ojos muy rojos y enfurecidos comenzó a decirme que me tenía que ir inmediatamente de ese lugar. Que yo era un vago y que no había cumplido con mi parte del trato. Yo comenzaba a entender por qué durante tanto tiempo yo había intentado que él firmase un contrato y bajo diferentes excusas, jamás había accedido. Me decía que yo no quería trabajar, que el campo estaba peor que antes, y una serie de cosas que, no sólo para mí, sino para la gente que visitaba a menudo el lugar, eran claramente mentira. Mi sorpresa era pura indignación. Jamás alguien me había tratado así antes. Era peor esa injusticia que cualquier otra situación en mi vida que pudiese imaginarme. En mi mente estaba muy clara la imagen de saltar ese cerco que nos separaba y simplemente permitirme dar rienda suelta al violento en mí que aún no conocía.
Pero preferí solo mirarlo a los ojos, no darle una respuesta que no fuese el silencio. Ante tal mentira, no había algo que decir que pudiese cambiar su decisión. Era claro, me tenía que ir de allí. Continué en silencio, mirándolo fijo a los ojos hasta que ya no tuvo algo más que decir y se empezó a sentir muy incómodo. Se fue.
Entré en mi casita temblando de ira y nervios por la injusticia que sentía.
Al cabo de una semana aproximadamente, Victoria y yo ya habíamos enviado muchísimos currículums a diferentes hoteles, restaurantes, y demás lugares en el sur de Argentina. Ya teníamos respuestas con posibilidades de empleo en provincias como Río Negro, Chubut y Santa Cruz, que tienen paisajes de lo más hermosos y maravillosos. Quizá era hora de nuevas aventuras lejos del lugar que yo más amaba en el mundo, mi querido Ojo de Agua, en Córdoba.
Y los vecinos y visitantes me preguntaban qué había pasado y yo les decía mi verdad. Lo que había sucedido. Casi nadie podía creerlo. Pues todos coincidían en que la transformación de ese lugar era increíble gracias al cuidado que yo le había dado.
Y una mañana llegó Rosa, mi vecina, madre del famoso Gustavo, hermana del aún más famoso Bernabé, y me dijo: “Marcos, me enteré de lo que pasó. Quiero que sepa que no es solo con usted, mi hermano hace siempre lo mismo. Les permite estar ahí, y cuando ya han trabajado mucho, entonces los echa injustamente. Yo no sé qué planes tiene usted, pero yo soy muy buena psicóloga personal, lo observo desde hace casi un año, sé que es una buena persona y que ama sus plantas. Así que si no tiene algo mejor, yo le ofrezco que venga a vivir a mi casa, no va a tener que pagar alquiler, solo cuidar mi jardín con el mismo amor que cuidó el suyo hasta ahora. Aquí nadie lo va a molestar, sólo sepa que yo vengo algunos fines de semana, y me quedaría con ustedes (Vicky y yo)”.
Entonces sí las dudas me invadían. No era fácil diferenciar entre mi mente y mi SER. Cuando te encuentras en una situación así, cada persona que se te acerca quiere decirte lo que tienes que hacer, según su perspectiva, que rara vez coincide con la tuya.
Pero un día llegó Goyo y me dijo: “Yo creo que vos tenes ahora dos opciones: te podes ir al sur, y escapar de todo ésto, o podes ponerle el pecho a la situación, ir a lo de rosa, y seguir haciendo lo que te gusta, en el lugar que más te gusta, mientras mirás a Bernabé a los ojos:”
Y encontré la respuesta. Esa respuesta que siempre está ante momentos difíciles, pero que también siempre contiene un trabajo interno y por lo cual no es tan fácil ni "cómodo" como escapar. Pero que a diferencia de escapar, siempre te lleva al crecimiento y ESE es uno de mis mayores incentivos.
En una charla “de mates con yuyos” con Victoria, le dije que “la idea de vivir en la casa que también era de Gustavo, habiendo pasado tantas amenazas de él en estado de drogado, no era lo que más me gustaba. Pero, ¿y si esa es la ventana que me muestra el universo de por dónde seguir?”

A lo que ella con su hermosa y tranquila sonrisa respondió: “y bueno, entonces nos quedamos en Ojo de Agua”.

Y así lo hicimos.
A la mañana siguiente, cuando Berna ya estaba merodeando en la finca, agarré la carretilla (dada la situación y el terreno, era más sencillo que con el auto) y comencé el primero de los 25 viajes que hice desde “lo de Berna” a lo de Rosa, llevando todas mis cosas al nuevo jardín en donde habitaría los siguientes 2 años.
Recuerdo a Berna, escondido detrás de un árbol, mirando como yo llevaba mis cosas a la casa de su hermana, y su expresión de decepción y enojo eran obvias. Él, al igual que mi mente, querían que yo me fuera de allí lo más lejos posible, como por ejemplo al sur de Argentina. Pero mi Ser y el espíritu del monte de Ojo de Agua habíamos decidido algo mucho mejor: atravesar los peores miedos, para así convertirme en una mejor versión de mí mismo.
Pero aún quedaba, respecto del campo de Berna, un dolor más por atravesar. El más fuerte de todos.
Alrededor de las 6 de la mañana del 10 de enero de 2011, luego de mi primer noche viviendo en lo de Rosa, mientras regaba los frutales en mi nuevo mágico jardín, pude ver como Berna me miraba a los ojos con una gran sonrisa, mientras metía 5 caballos dentro de lo que había sido mi huerta en la que había invertido incontables horas de trabajo y dedicación, de la que no había podido sino sólo comenzar a cosechar. En solo un rato, todo había sido destrozado, pisoteado, casi desaparecido. Bueno… no, todo no.
Si bien el dolor en mi corazón era inmenso, mi SER irradiaba más luz que nunca antes. Lo estaba atravesando, y luego de dejar morir una parte de mí, en su lugar, una nueva versión mía había nacido, y tenía mucha más VIDA que antes. Yo aún no lo sabía, pero una nueva aventura, mejor y de mayor conexión que antes, había comenzado.





