YO DECIDO QUÉ ES UNA AVENTURA

¿Alguna vez te diste la oportunidad de vivir y experimentar lo que realmente quieres, incluso (y sobre todo) si es un sueño parecido a una locura? Creo que la vida es una canción que, en los mejores casos, sólo quien la escribe puede comprender. 

Aparecerán los “no puedo”, también los “es imposible”. Lógicamente pensarás “cuando tenga ésto, entonces sí” y “cuando suceda lo otro lo haré”. Éstos son todos juegos mentales que, de seguirlos, solo te llevarán a no hacer eso que dices que quieres hacer, y entonces, te perderás la experiencia. Y si no me crees, sal a la calle y observa a los normales. 

El secreto es: sólo lo lograrás, cuando lo logres. 

Viajábamos en la parte de atrás de un camión. En el costado tenía un cartel que decía “Carnicería… algo…” no recuerdo el nombre. La verdad es que era un momento distinto a todos los momentos que había habitado antes. 

Era parecido a un parto, en el sentido que la vida y la muerte estaban presentes y un nuevo yo definitivamente nacía. Al fin y al cabo creo que de eso se trata la vida ¿no?

Victoria, Julián, Tahiel y yo somos los 4 exploradores más audaces y corajudos que conozco. Y ese momento era clave. Era de incertidumbre total. El camión era de McGyver, con quien habíamos hablado solamente un par de veces. 

Cuando viajas y VIVÍS (con mayúsculas), aprendes a confiar en quien tienes que confiar y a dudar cuando tenés que dudar. Y aprendes que la certeza debe ser siempre, hasta cuando dudas, debes estar en la certeza de que dudas. 

A McGyver lo conocimos en lo que nos habían dicho que era “An Organic Turmeric Farm”. Y en inglés suena tan hermoso que no quiero dejar de compartirlo con vos. Esa “finca orgánica de cúrcuma”, resultó ser una porción del comienzo de la selva en el sur de Costa Rica. 

Había todo tipo de frutales, yuca, cúrcuma, caña de azúcar, malanga, piña, bananos, y muchísimo más. La vegetación superabundante, los árboles más enormes que jamás había visto antes.

Los dos cuartos que “tenían listos” para nosotros resultaron ser una suerte de pieza de madera rústica, muy mal construida (casi peligrosa diría) en lo alto de postes de una dureza media. Era completamente abierto, por lo cual no eran necesarias (ni posibles) ventanas ni puertas. Sobre el techo de chapa vieja sonaban tan fuerte las gotas de lluvia que hacían aún más intensa la aventura.

Teníamos dos colchones (uno doble), 3 almohadas y lo que no puede faltar en esa zona: tela de tul que cubre el lugar donde uno duerme.

Al llegar, la mujer que nos recibía nos llevó a conocer el lugar. La vuelta no duró más de 3 minutos y lo único que nos indicó fue: “Allí están sus cuartos. Aquí en ese pasillo se hace pis y para #2 es allí entre los bananos”.

Ese fue un momento clave. Momento en que conoces y te impacta fuerte la diferencia entre la expectativa -que teníamos de lo que el lugar a donde íbamos sería-  y lo que encuentras en la realidad.

La imagen en mi mente de “dos cuartos convencionales, comunicados entre sí, para que mi familia esté cómoda”, era muy diferente a lo que la realidad me mostraba. Yo me imaginaba algo muy similar en un motel, cuando dos cuartos se encuentran separados (o unidos) por una puerta intermedia. Y lo que encontré en la realidad era lo más parecido a una mezcla entre una caja de manzanas gigante y una casa (muy mal construida, torcida) en lo alto, como si fuera una casa de un árbol hecha por un aficionado.  

Nada más incómodo que caminar descalzo por el barro, subir escalones de madera rústica (con muchas astillas), para llegar “dentro” de una pieza, -tan abierta que el contacto con la naturaleza estando allí, no difería mucho de estar en medio de la selva- imposible de mantener limpia ya que la posibilidad de secarnos y limpiarnos los pies era ya estando dentro. 

“Aquí en ese pasillo se hace pis”, era el pasillo principal de la finca por donde caminaban tanto los visitantes (sobre todo norteamericanos) que a veces venían por un rato, como los demás voluntarios que viviríamos allí. Era el camino principal, por el que se podía acceder a todas las áreas del lugar. 

Y como si fuera poco, “para #2 es entre los bananos” mientras ella apuntaba con el dedo hacia el sector donde estaban las plantas, yo intentaba encontrar el baño que creía nos estaba mostrando. Ese baño no existía. Entre los bananos, era literal.

En ese momento, mientras nuestros pies se hundían en el barro, y ella nos daba las indicaciones, podía sentir la frustración y el enojo de mi pareja, Victoria. Para ella la brecha entre expectativa y realidad era inmensamente mayor. 

Y luego, la ducha. El lugar que había para bañarse era en la entrada de la propiedad. Estaba totalmente abierto, por lo que debíamos bañarnos con traje de baño. Allí, sobre el barro, había una manguera de riego de jardín, y eso era “la ducha”. 

Yo ya comenzaba a hacer lo mejor que se puede hacer en una situación que es totalmente incómoda, frustrante, desalentadora: aceptar lo que es (o sea, lo contrario a la resignación, que es cuando uno se pelea contra eso que es).

Y mientras lo hacía, entendía que lejos de haber comenzado una etapa de tranquilidad y comodidad (como me hubiese gustado) -luego de un año muy difícil, a pura prueba, sin dinero y aún ilegales en un país extranjero, en el que los tres meses anteriores habían sido en carpa- en cambio, comenzaba una nueva etapa de aprendizajes en la escuela llamada vida. 

Recuerdo que al día siguiente de llegar a la finca le pregunté a la encargada si era posible cargar las baterías de nuestros teléfonos por allí cerca (ya que en ese lugar no había electricidad). Me indicó cómo llegar a lo del vecino más cercano quien, a cambio de unas monedas, cargaría los artefactos que necesitáramos y fui. 

Me encontré con un muchacho de unos 25 años, tez oscura, super agradable, que hablaba español con un acento que nunca antes había escuchado. 

Resulta que estábamos en el borde mismo de lo que era una comunidad indígena Bri Bri. Cuando escuché estas palabras saliendo de la boca de quien nos había recibido, tuve una suerte de momentum, en el que el tiempo se frenó, y me iluminé un poco más. 

Durante muchísimos años, desde pequeño y aún viviendo en Argentina, mi país natal, soñaba con vivir entre aborígenes. Algo en mí me decía que era imposible. 

El tipo de educación que recibí en mi infancia y adolescencia enseña de manera implícita que algo así es para quien ya ha estudiado, conseguido un buen empleo, y de pronto se toma 15 días de vacaciones. Entonces sí tiene derecho a cumplir un sueño… siempre y cuando ese sueño no te haga llegar tarde de vuelta a tu trabajo, claro. 

Yo había aprendido lo que al 90% de la gente le enseñan. Es que de palabra, muchas veces se nos dice que podemos cumplir cada sueño que tenemos. Incluso se me ha incentivado a hacerlo (de palabra, claro).

 Y mientras tanto, si se te ocurre en lo real, más allá de las palabras, accionar hacia allí, se te dirá que estás loco, o que antes de perder el tiempo en ello debes asegurarte tu futuro, o que si haces eso, entonces no piensas en los demás, o toda una suerte de cuestiones que tienen que ver con la frustración y el miedo de quien las dice, y no tiene por qué ser de quien quiere desafiarse a sí mismo e ir más allá de lo establecido. Sea lo que sea que lo establecido signifique en cada caso. 

En fin, cuando quieras poner tus acciones hacia cumplir algún sueño se te dirá esa horrible palabra que ojalá cuando la escuches ¡te de asco y salgas corriendo!: “pero”.

Mi aprendizaje al haber tomado consciencia en ese momento tan especial, y gracias al cual yo era ahora claridad absoluta, contiene muchos mensajes en sí mismo: 

1) Por un lado, yo no había hecho “algo” para cumplir ese sueño en particular, y sin embargo eso se estaba presentando “solo”. 

Como digo siempre a mis hijos, “cuando quieres algo y realmente lo quieres profundamente, entonces tienes que tenerlo siempre muy presente, tú sabes hacia donde vas, pero al mismo tiempo, debes olvidarte de eso” (la mayoría de las veces que queremos algo, intentamos conseguirlo desde el sentimiento de que eso nos falta, el problema es que jamás desde la carencia conseguirás la abundancia)

2)Si lo anterior te parece que es contradictorio, pues lo que sigue tiene que ver exactamente con cambiar la percepción que te muestra opuestos donde no los hay.

 Yo estaba en lo que podría haber sido uno de los peores momentos de mi vida: en medio de un lugar desconocido, sin electricidad, sin señal de celular, en una “habitación” sin paredes ni puerta ni ventana, los mosquitos y jejenes eran de a millones, tanto que por la noche podíamos dormir sólo gracias a contar con tul que impedía la entrada de insectos, pero que al despertarme observaba la inmensa cantidad de picaduras en mis dedos de la mano por haber dormido tocando esa tela.- 

Había tanta lluvia que era mejor andar descalzo que con zapatos, por la cantidad de barro que había por todos lados. - ¡siendo ésto mucho más incómodo de lo que podrías suponer! Imagínate llevando a orinar a mi hijo a las 3 de la mañana y bajo la lluvia.- Hacer pis cuidando de que nadie nos vea (no era tan fácil para Victoria claro!). Yendo a cagar cuidando de no pisar mierda de otros, entre los famosos bananos. Y por si fuera poco, la mujer a cargo estaba realmente mal en su psicología y eso lo hacía aún más incómodo, por tener que cuidarse de cómo y qué decir a la hora de comunicarse con ella. 

Lidiar con alguien que no tiene coherencia, que no tiene sentido común, puede enseñarte mucho a comprender que no existen dos personas iguales en el mundo, porque todos percibimos de maneras diferentes. Lo cual hace del mundo humano un lugar enriquecedor y peligroso. 

Además de todo eso, estábamos con nuestros niños lo cual hace que una situación difícil, en la que no tienes dinero, y estás de ilegal en otro país, sea más desafiante aún. 

Si me dejaba llevar por mi automático, era una de las peores situaciones de mi vida. 

En cambio, decidí experimentar todo eso de manera diferente. ¿Por qué no? 

Decidí que lo que estaba experimentando era una aventura.

Después de todo, SIEMPRE se trata de percepción. Y si hay algo genial en ser humano es que tenemos la posibilidad de elegir cómo percibir lo que sea que nuestras circunstancias nos muestran. Y cuando haces eso, entonces ves la magia que siempre estuvo ahí, y jamás habías visto. 

3) Entendí que lo que podría haber sido una de las peores experiencias era en realidad, la puerta de entrada a cumplir mi sueño de convivir con aborígenes. Sueño que había sido acallado (no apagado), por lo que se supone que hay que hacer en la vida de alguien “adulto, serio y prudente” (o sea, aburrido, gris). 

Entendí que cuando percibimos dos opuestos (la peor situación de tu vida y cumplir tu sueño), simplemente hay que dar un paso (interno) y posicionarse de manera que uno comprende que ambos extremos están unidos entre sí, y al encontrar ese punto de unión, te encuentras a ti mismo, literalmente más allá del bien y del mal. 

¿Qué es lo que está bien? ¿Qué es lo que está mal? La respuesta siempre depende de tu sistema de valores. Cambias tu sistema de valores, cambia tu percepción de, por ejemplo, lo que es bueno o es malo. 

Recuerdo que una noche nos despertaron los gritos de esa mujer. Le gritaba a su perro. Lo hacía como si éste fuera una persona que pudiera razonar. Lo increpaba por haber matado un gallo. Los gritos duraron unos 15 minutos y estoy seguro que después de eso le dolía la garganta. El perro ya se había ido lejos (yo también hubiese huído).

A la mañana siguiente el gallo caminaba y comía perfectamente. A juzgar por el escándalo que había protagonizado la señora, uno hubiera creído que el perro lo había destrozado, pero claramente sólo lo había molestado. 

Esa mañana el tema de conversación de la señora en la cocina comunitaria era sobre lo agresivo y desobediente que era el perro, pero en ningún momento se habló sobre la locura que ella había desatado la noche anterior. 

Ese día, cuando al fin logramos hablar de algo que no era el perro y el gallo, le propuse a Lani hacer una suerte de baño seco, con las maderas viejas había por allí.

Habiendo vivido muchos años en el campo, en las sierras de Córdoba, Argentina, había aprendido sistemas de baño seco que no contaminan y ahorran muchísima agua (ahora le sumaba el gran regalo de un lugar en donde sentarte a la hora de cagar)

Le presenté la idea de manera que ella fuera capaz de ver los beneficios de tenerlo para sus invitados, que eran también su fuente de ingresos. 

Lo aceptó enseguida y fui directo a hacerlo, ya que no quería ir más entre los bananos.

Junté unos trozos de madera, clavos, un martillo roto que había por allí y comencé a diseñarlo. Julián, nuestro hijo mayor, me acompañó en parte del proceso, hasta que decidió ir a pasear. 

Su paseo no duró más de 4 minutos. De pronto se acercó. Recuerdo que él, mientras jugaba con un palo sobre el piso me comentó en completa calma: “papá, recién vi una serpiente" A lo que le respondí: “¿estás seguro? ¿a donde está?”

Comencé a seguirlo, y me llevó detrás de nuestro cuarto. 

Medía unos 2 y ½ mts de largo, era muy hermosa, amarilla y negra… Claro que dejaba de parecerme hermosa a medida que avanzaba hacia la “ventana” de nuestro lugar! 

Estaba super tranquila, pero aún así, prefería que esté fuera de donde dormíamos nosotros -era suficiente cuando varias veces al levantar las mochilas se aparecía un enorme y majestuoso escorpión al que había que orientar en su salida de allí-.

Cuando la víbora estaba a medio metro de la entrada serpenteando sobre una hermosa planta de maracuyá que subía por el techo, comencé desde dentro a desviarle el trayecto, tirando piedras que cayeran tan cerca como para ahuyentarla. 

Luego, habiendo cumplido mi cometido, volví a fabricar el inodoro. Lo terminé, y lo ubicamos en donde acordamos con la señora. Hice un hoyo en el suelo para que allí se asiente el “compost humano”, fabriqué una pared con hojas de palma logrando así privacidad, y comenzamos a usarlo. 

La primera vez que lo usé, tuve la sensación que se tiene cuando pruebas algo de lujo por primera vez. Es lo que logras con el contraste. El haberme acostumbrado durante toda mi vida a baños convencionales, y de pronto estar cagando en cuclillas entre bananos y mierda de otros, pues, la diferencia es realmente enorme. Y luego de eso, un inodoro de maderas viejas pero super cómodo, que te da la altura perfecta, ¡¡era el paraíso!!.

Hubo muchos momentos hermosos. En ese tiempo aún Victoria y yo continuábamos dando clases en lo que llamábamos “Escuela de Héroes”. Una vez por semana tomábamos el bus que nos llevaba a “Puerto Viejo”, ciudad en el caribe sur de Costa Rica en donde caminando por la calle escuchas el “Patois” (se pronuncia Patua), es un idioma mezcla de francés e inglés que hablan sobre todo los descendientes de Jamaiquinos que habitan la zona, también francés, inglés, italiano, español, etc. Una zona turística en donde encuentras todas las posibles culturas conviviendo. 

Ir a Puerto Viejo también era una situación que me posibilitaba el unir en mí lo que parecían dos opuestos. Por un lado, el dinero que nos quedaba debía ser solo para comer (decía mi mente). Por otro lado, jamás dejo ni dejaría de cumplir mi palabra - en ese caso, de continuar con las clases que había prometido, para lo cual debía acudir a un lugar en donde contara con buena conexión de internet-. 

Además, nos dábamos el regalo de un buen rato de playa, mar y jugar con July y Tahiel, quienes apenas veían el océano corrían con felicidad suprema. Era pura aventura y placer. 

Otros momentos hermosos eran, mientras estábamos inmersos en la naturaleza y habiendo tanto lodo alrededor, ir con July al charco más grande y embarrarnos de pies a cabeza, jugando y reencontrándome con mi lado salvaje (te lo recomiendo).

También aprendimos a hacer chocolate!!! Desde cosechar el cacao, secarlo, tostarlo, molerlo. Los aromas, los sabores. Tiempo después, en la selva, aprenderíamos a hacerlo al estilo Bri Bri. 

Comimos bananas grandes, pequeñas, rojas, amarillas, con gusto a banana y también bananas con sabor a manzana.

Probamos la malanga (es uno de los tubérculos más riquísimos que existen), yuca blanca y amarilla, y muchos sabores nuevos más. 

Y las noches mágicas… 

  • una familia de turistas norteamericanos que vino al “taller” que brindaba Lani, y en la noche al no conseguir taxi de vuelta, fue Julián (mi hijo de 5 años en ese momento) quien agarró algo que simulara un micrófono y comenzó a cantar inventando lo que fue la primera de muchísimas canciones que luego los turistas (y Julian!!) cantaron durante horas. Imagínate la escena: En medio de zona de fincas, casi en la selva, silencio total, sin electricidad en una noche oscura, solo nos alumbraba un pequeño farol solar. Bajo techo, piso de tierra y nosotros allí disfrutando de lo que era un momento realmente único. 

  • Y llegó navidad… Y queríamos que Tahiel y Julián tuvieran un arbolito de navidad!! Así que Victoria y los niños juntaron toda clase de semillitas, hojas hermosas, vainas de diferentes plantas, y algunas cosas más, para fabricar los adornos que disfrazarían ese árbol que quería entrar por la “ventana” de nuestro cuarto. 

  • Oscurecía alrededor de las 5:30pm, por lo que a las 6pm ya estábamos en la cama contándonos cuentos, historias, y conectándonos entre nosotros como jamás antes lo habíamos hecho. Decidimos usar ese tiempo de no internet, ni electricidad, para hacer lo más lindo que se puede hacer cuando estás en familia: profundizar en los vínculos y crecer juntos. 

Comenzábamos los días alrededor de las 5am, cuando aún el silencio es total (silencio de selva, o sea, a pura naturaleza sin humanos). Eso me permitió conocer más allá de donde se supone podíamos ir en la selva (también, te lo recomiendo)

Una mañana, mientras preparábamos nuestro desayuno, nos ofrecieron comprar leche de cabra recién ordeñada. Dijimos que sí al instante, ya que es una riquísima fuente de proteínas que nos venía muy bien a los 4. Y entonces lo conocimos. Era MacGyver. Un hombre de unos 50 años, súper simpático, muy amable, que nos preguntaba sobre nuestros viajes, país de origen, etc. Luego conocimos que su historia también era muy interesante. El hombre había hecho de todo. Y el apodo de McGyver se lo tenía bien merecido. Es de esas personas que no solo pueden arreglar todo, sino que lo hacen para ayudar a otros constantemente. 

Nunca hubiésemos pensado que dos semanas después de conocerlo, estaríamos los 4, viajando en su camión, con rumbo desconocido. 

Pero esa mañana en que decidimos que era hora de irnos de allí, y tenía que ser en ese mismo momento, hicimos llamar un taxi para que nos venga a buscar. Rápidamente fuimos a la entrada, con las valijas (en ese momento aún teníamos 3 valijas pequeñas carry on, que más tarde cambiaríamos por una mochila de 60 litros, lo cual nos facilita el viaje, y nos convierte en aún más minimalistas que antes) y nos sentamos allí bajo un sol que con la humedad de la selva, era muy intenso. 

Pasaba el tiempo y el taxi no aparecía. Tampoco lo podíamos llamar. A eso de las 12 del mediodía fue que apareció desde lo lejos el camión que manejaba nuestro conocido vendedor de leche de cabra. 

Nos preguntó que hacíamos allí, y bastó solo responder que debíamos irnos de allí pero aún no sabíamos a dónde, para que él se ponga su camiseta de solucionador de problemas, y comience a llamar a todo conocido.

 Primero llamó a los que tenían alojamiento, y al no conseguir alguno que contase con lugar para nosotros, entonces también a todo amigo y familiar de la zona que quizá pudiera encontrar la solución, al menos para esa noche. Sólo quedaba una sola posibilidad, era la finca de su amiga, que por alguna razón no atendía el teléfono. 

Es importante aclarar que la razón por la cual decidimos que era ese momento y no otro el de irnos de allí, en realidad, para esta historia carece de importancia. El hecho es que la señora no cumplió su palabra en el arreglo que habíamos hecho, y decidimos no aceptar lo que ahora pretendía imponer. Lejos de enojarnos con ella o algo parecido, lo tomamos como señal de que nuestra etapa allí concluía y era tiempo de mover. 

Creo que también tiene que ver con valorarme a mí mismo. No es algo que me fue dado, la importancia de valorarme a mí, a mi palabra. Es algo que aprendí a fuerza de experiencia, y cuando hay una situación como la que describo antes, pues se trata de accionar siendo fiel a mi mismo, a mis valores, más allá de las posibles consecuencias que te muestra la mente y, que porque te las muestra la mente, entonces, seguramente no serán realidad. 

Y llegó la hora de subir al camión. Como la parte de adelante, donde están los asientos, era muy pequeña, decidimos viajar en la parte de atrás, en donde se transportan los alimentos (esta vez el camión estaba vacío). El problema era que al cerrar las puertas, quedaba completamente cerrado y eso no era viable. Entonces McGyver se sacó un zapato, le sacó el cordón, y logró atar una de las dos hojas de la puerta trasera, de manera que no se cierre ni golpee el vehículo en el costado.  (como dije, McGyver está en todo)

Imagínate a los niños, Julián y Tahiel, super felices en la aventura que estaban a punto de vivir… Y Victoria y yo, pues también.

Y a contrario de como pueden suponer los normales, “que irresponsables, poco prudentes”o directamente morirse de miedo en medio de tanta incertidumbre) cuando recorres el viaje interior, comprendes que lo necesario para avanzar en tu camino, siempre está, pero rara vez es lo que supones que necesitas ( ESO a mí me da tranquilidad, coraje y en consecuencia: más y más aventuras que hacen a mi crecimiento)

Seguíamos en el camión de MacGyver, solo podíamos ver el lugar que dejábamos atrás. Hacia delante, lo que venía en el camino, solo el conductor podía verlo. Contábamos con poco dinero, y era en la semana de navidad y año nuevo, por lo que luego de buscar y buscar, no habíamos encontrado alojamiento ni siquiera para esa noche. 

Era uno de esos momentos en que entiendes que el control sobre lo externo es pura ilusión. Lo único verdadero era que Victoria, los niños y yo, estábamos muy bien de salud y de ánimo. Tu estado interno es lo único que puedes elegir. Lo demás era todo incertidumbre. Ni siquiera contábamos con señal de teléfono o internet. 

Lo que “sabíamos” era lo que nuestro amigo nos había dicho: “vamos a donde una amiga a ver si tiene lugar, y si no, realmente ya no sé qué decirles” (él, que contaba con señal celular de la empresa local, había contactado todos sus conocidos para conseguir datos sobre algún lugar para hospedarnos)

Recuerdo que nos mirábamos con Vicky y el gesto que hacíamos era de total incertidumbre, y felicidad al mismo tiempo. Eran sonrisas de aventura plena. No había miedo, y eso nos sorprendía. La certeza de irnos de esa finca era total, pero no teníamos idea de dónde ir, y tampoco sabíamos a dónde nos estaba llevando nuestro chofer.

Los niños  me preguntaban: “¿a dónde vamos papá?” Y mientras en mi mente se sucedían miles de pensamientos diferentes, mi respuesta a ellos era: “vamos a encontrar un lugar donde dormir esta noche”. 

Creo que es importante aclarar que vivimos en una cultura que podría definir como “cultura netflix”: 

Estuvimos varios meses (y varias veces) en Texas, Estados Unidos, en donde todo “está muy bien”. La zona es muy segura, la economía va bien, la gente es super amable y todo es pura comodidad (de la que considero super peligrosa). Sin embargo, muy pocos son los que no tienen un arma de fuego en su cartera o guantera del auto. ¿Por qué?. De seguro la mente da sus razones. 

También estuvimos en todo Costa Rica, en donde todo es naturaleza, gente muy “pura vida”, y la gente también anda con miedo. Miedo a que le roben, miedo a lo que sea que la gente le tenga miedo… De seguro la mente da sus razones al respecto. 

En México, estuvimos varios meses, en Querétaro en donde conocimos a la gente más amable de todas. El trato que recibimos fue ejemplar. La zona en la que estuvimos es super segura, muy bien cuidada, la comida es riquísima!!! Y los consejos hacia nosotros eran del estilo: No vayan allí, no vayan allá, cuidado con caminar llevando mucho dinero, cuidado con esto o aquello. De seguro, la mente da sus razones. 

Estando en Colombia, encontramos mucha tranquilidad, a pesar de “cuidado por donde se meten, que es peligroso, etc, etc”. 

Quiero aclarar: No es que se trata de meterse en cualquier lado de inconsciente, inmerso en la idea de que “a mi no me pasa nada malo”. Todo lo contrario. Lo que digo es: en un camino de iluminación, como lo es el camino del viaje interior, lo que jamás negocio es mi presencia. 

Y entonces, en y desde mi presencia te pregunto: ¿Es que vivir desde el miedo puede solucionar o evitar que te suceda algo “malo”? o ¿es que por vivir desde el miedo sucede lo que uno considera malo? Porque tu ves netflix (yo lo hago), y te comes la idea de que eso es real (eso NO lo hago), y entonces sales a la vida. Y lo que tú vives no es aventura, porque no es tan intenso o extremo como lo que ves en Netflix. Las cosas que suceden cuando miras la tele son ahora en tu mente realidad, y debes salir con un arma de fuego por si te raptan como sucedió en la serie que miraste anoche. 

Si, lo sé, en la realidad también suceden esas cosas que ves en netflix. Lo que trato de mostrarte es que el mundo es maravilloso, la gente es hermosa, y eso que llamas realidad en tu vida, tiene que ver contigo y no con otra cosa. Ves lo que eres. Vives lo que eres. Y te sucede lo que eres. Percibes desde tu mente y por lo tanto son tus pensamientos los que tienes que elegir, para entonces lograr ver magia en donde normalmente verías barro. 

Por lo tanto, estar en una situación como la que describo, con los niños en un camioncito sin rumbo cierto, conducido por un casi desconocido, y mantener la alegría, el entusiasmo, y hacerlo en la vida real (no en netflix), es de viajeros que van a lugares diferentes del mundo, sino también y sobre todo, de viajeros que van cada vez más hacia lo profundo de sí mismos. 

 

De pronto el camión bajó su velocidad, y al doblar, notamos lo que era la entrada a una nueva finca. Lo primero que vimos al avanzar fueron las hermosas flores rojas de una planta gigante de hibiscus. 

Al bajar del vehículo, se acercó a nosotros una mujer de unos 55 - 60 años, tez muy oscura, y el mismo acento extraño que tenía aquel vecino de la otra finca, varios km atrás. Su cara mostraba las arrugas y la mirada que solo una mujer fuerte puede tener. Una mujer que conoce que la vida es justa, más allá de gustos. Su sonrisa mostraba sus blancos dientes contrastando el color de su piel. 

MacGyver se ocupó de presentarnos a “Mauri”, y al explicarle nuestra situación, surgió de ella una respuesta muy representativa de la magia que genera a cada paso el caminante al que jamás algo externo logra frenar. “A raíz del coronavirus, tenemos la finca cerrada, así que sí contamos con lugar para uds”. 

Había encontrado la llave que semanas después, nos abriría las puertas a lo que para mi hasta hoy es uno de los mejores sueños cumplidos. 

Había encontrado la llave que me permitiría el acceso a quienes aún viven inmersos en la selva, conservando sus costumbres, idioma y conocimientos ancestrales.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *